top of page
Buscar
  • Foto del escritorPablo Carrazana

Aprender es recordar

Sinestesia

f. Psicol. Imagen o sensación subjetiva, propia de un sentido, determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente.


Yo sabía que era como un mueble importante porque se veía como un mueble importante. Además cuando lo trajeron papá me había dicho que teníamos que cuidarlo mucho y a mí esa idea no me había gustado porque sabía que en realidad era una manera de decir: tenés que vigilar más a Valen y la verdad que no quería vigilarla. Si yo estaba contento con mis robots y mis autos. ¿Por qué tenía que dejarlos y hacerme cargo de ella? Que papá hubiera decidido traer ese mueble era un problema de él. Que se hiciera cargo él entonces de su cuidado. Pero cuando el mueble importante llegó se veía que era algo tan especial porque lo tuvieron que subir entre cuatro personas. Como había que estar presente para recibirlo, mamá me había dejado faltar a la escuela y eso me puso contento. Pude ver las caras de todas esas personas haciendo fuerza desde las escaleras, con sogas largas alrededor de sus cuerpos, apretándolos como si fueran serpientes. Papá dijo que el instrumento no era cualquier instrumento, era el mejor de todos, que bien ejecutado podía levantar hasta los muertos para hacerlos bailar y esto me dio un poco de gracia. Por eso también quería estar presente cuando llegara. Papá también había dicho que era muy pesado, que por eso toda esa gente lo tenía que subir delicadamente por las escaleras. Yo lo vi y cuando al final lo apoyaron en el comedor escuché el sonido que hizo, como si adentro alguna especie de animal hubiese agradecido por llegar a casa haciendo un rugido extraño y fuerte. Por un momento pensé que iba a salir un elefante enano de la caja alta y larga que estaba pegada junto a la otra caja, la que tenía los dientes blancos y negros. Pero nada sucedió y el mueble quedó ubicado en el comedor hasta que papá volviera del trabajo para finalmente probarlo. Valen y yo lo mirábamos con asombro. Ella aún no sabía hablar pero tenía estas formas de hacerme saber lo que pensaba, mirándome o tirándome de la manga del suéter. Por eso yo era un poco el encargado de traducirle a mamá lo que quería. Supongo que por eso también papá me había puesto a cargo de ella durante la charla de la noche. Me dijo algo sobre mi edad y que era responsable por el nuevo instrumento que ahora también era parte de la casa. ¿Qué?¿El mueble ese? Papá dijo que era un piano y que su sueño siempre había sido aprender a tocarlo, por eso también era importante; porque tenía que estar cuidado y perfecto para las clases que iba a empezar a tomar. Esa noche me dormí tarde mientras papá sacaba y ponía discos en la máquina para escucharlos una y otra vez. Yo no entendía esos sonidos pero a mis orejas les gustaban, y a mis dedos también. Los veía moverse como pajaritos queriendo escapar de mis manos. Esa misma semana descubrí a Valen tratando de abrir la tapa de madera pesada. La reté porque a pesar de que no me gustaba ser el hermano malo, papá me había dicho que tenía que cuidar el nuevo instrumento. Que tenían que afinarlo o algo así y que mientras tanto nadie debía tocarlo. Pero Valen me miró con esa mirada que a mí no me gustaba y que me hacía dudar de lo que estaba haciendo y me señaló los dientes blancos y negros del mueble. No se animaba a tocarlos pero me mostraba lentamente cada uno de esos dientes que escondía el instrumento hasta que no pude aguantar más y decidí presionarlos uno por uno. Me divertí tanto. Después vino mamá y nos retó por estar jugando con el piano. Ella dijo esto gritando y yo me sentí triste pero no porque mamá me retara sino porque mis dedos se habían puesto contentos al tocar las teclas blancas y negras del mueble. Hacían un sonido que me parecía hermoso. El sonido más bello que había escuchado entonces. Más hermoso que la voz de mamá cantándome por las noches o que el ruidito que hacía el gato cuando estaba contento durmiendo sobre el sillón. Y tuve miedo de no poder volver a escucharlo. Unos días después vino un señor flaco y ahí sí volví a oír esa música. Ni mamá ni papá me habían comentado de su visita, pero estábamos jugando con Valen en el cuarto cuando empezamos a escuchar los sonidos. Ella me miró y señaló la puerta y yo salí corriendo para ir a ver qué era lo que sucedía. Capaz el mueble finalmente había dejado salir al animal que llevaba adentro y ahora estaba cantando para todos nosotros. Pero no. Cuando llegué al comedor lo vi a papá con ese señor un poco más alto que él, que le decía que tocara determinadas teclas mientras sostenía la tapa de la caja alta donde pensaba que se escondía el animal. Me puso triste ver que en realidad dentro de la caja sólo había un montón de cuerdas y manijas de madera. Igual el sonido que salía era bellísimo. El señor apretaba las cuerdas con una especie de destornillador gigante mientras le hacía gestos a papá para que tocara determinadas teclas. Me senté sin que se dieran cuenta para ver los gestos que le hacía el señor a papá y las teclas que tocaba en el piano. Escuchaba como el sonido se iba haciendo cada vez más hermoso y como mis dedos se ponían nuevamente contentos, tratando de imitar esos movimientos. Sentía muchísimas ganas de tocar esas teclas, mis dedos me lo demostraban mientras jugaban como si estuviesen siendo mordidos por hormigas, pero no podía decir nada porque sabía que me retarían. Después el señor comenzó a venir cada vez más seguido. Pasaba todas las tardes de sábado sentado con papá en el comedor mientras tocaba el piano y le mostraba posiciones para las manos. Yo me unía a ellos y me sentaba en el sillón con los ojos cerrados para escuchar los sonidos que salían del mueble. Para mí eran hermosos y si cerraba bien los ojos podía ver en mi mente lazos de colores que brillaban a veces más y a veces menos junto con la música. Me gustaba cuando el señor se ponía a tocar un rato, siempre al final de la clase porque se notaba que se llevaba mejor que papá con el instrumento y porque mi cabeza se convertía en una especie de arcoíris con todos esos sonidos y colores. En cambio cuando papá se sentaba los colores no eran iguales, eran menos intensos y a veces se apagaban rápido. Después el señor se marchaba y papá se quedaba el resto de la tarde practicando y refunfuñando porque sus dedos no se movían como los dedos del señor flaco que le enseñaba. Cuando pasaba esto yo me acercaba a él para tratar de mostrarle cómo era el baile que tenían que hacer las manos. Pero papá me miraba enojado y al final no le podía explicar nada. Igual no me ponía triste porque en el cuarto le mostraba a Valen como se tenían que mover los dedos. Al final ella señalaba el piano pero yo sabía que no podíamos ir para allá ni tocarlo sin autorización. Entonces un día se nos ocurrió que en realidad podía mostrarle los movimientos de mi mano al señor para que él, a su vez, le explicara a papá mejor cómo tenía que moverlos. A Valen la idea le parecía excelente y entonces solo necesitamos esperar una de esas tardes en donde el señor flaco venía a casa para llevar a cabo el plan. Ese día papá había estado tocando más tiempo de lo normal y parecía realmente agotado. Podía ver que su cara tenía una mueca triste, como cuando a mí no me dejaban salir al patio porque llovía. Papá se levantó y fue a buscar algo a la cocina, fue entonces cuando Valen me tiró de la manga y me dijo (o me hizo entender) que era el momento en donde podía explicarle mi idea al señor. Me acerqué caminando y quise hablar pero el señor estaba con los ojos cerrados, como hipnotizado por lo que hacía con el piano. Valen me señaló las teclas y se me ocurrió que era una buena forma de despertarlo para que me escuchara. Toqué una de ellas y de repente el señor también dejó de tocar para mirarme. Sus ojos eran serios, como los ojos de la seño de matemática. Y cuando habló, primero me retó por interrumpirlo. Yo quise decirle que sí, que lo sentía pero que era necesario que me escuchara si quería que papá dejara de estar triste por no hacer sonar el instrumento como lo hacía sonar él. Igual volvió a tocar el piano con más intensidad que antes. Podía sentir como mis dedos comenzaban a moverse con ganas de bailar pero no quería distraerme porque necesitaba comentarle de mi plan, así que lo interrumpí de nuevo. Esta vez su mirada fue peor que la de antes. Respiró hondo y me dijo que fuera con mi papá a traer de esas facturas con brillitos, que a él le gustaban mucho, y mientras decía esto me palmeaba la cabeza y me despeinaba. Me enojó no poder contarle mi idea y que no se pudiera quedar quieto un segundo para mostrarle todo, así que hice lo único que siempre me salía en esos momentos y le saqué la lengua. Pude ver como Valen se reía mientras yo sostenía mi gesto y el señor me miraba sorprendido. Después no me contestó pero simplemente se levantó y también se dirigió a la cocina. Supuse que le iba a contar lo sucedido a papá. Cuando se fue me senté rápido en el banco que usaban y pude ver como las teclas blancas y negras brillaban frente a mis ojos. Eran hermosas, más que mis robots y mis autos. Sentía que mis dedos se morían de ganas por tocarlas. Me di cuenta que la única forma de que papá aprendiera era si yo le mostraba lo que había que hacer. Me tenía que escuchar, no le quedaba otra opción. Extendí mis manos frente al piano y cerré los ojos como había hecho el señor. En un segundo pude sentir como mis dedos se escapaban para comenzar su danza sobre las teclas. Esa danza que durante tantos días habían tenido ganas de hacer. Fue lindo porque tenía los ojos cerrados y se distinguían muy bien los colores en mi cabeza. No paraban de crecer y brillaban más intensamente a medida que los dedos se movían más rápido o más fuerte sobre las teclas. Además estaba el sonido que salía del instrumento que inundaba todo el cuarto como una especie de agua dulce. Mi cabeza se envolvía en colores que se movían al ritmo de esa música. Sentía como si me llevaran a otro lugar que no era la casa en donde vivía con mamá y papá y con Valen. Solo abrí los ojos cuando papá y el señor entraron corriendo al comedor. Ambos tenían el rostro de alguien que ve un fantasma. Valen los miraba y les señalaba el instrumento mientras yo seguía tocando cada vez más fuerte y los dedos se movían con alegría. Sentía que no podía parar de tocar esas melodías hermosas que salían solas, escapando de las manos. El señor me miraba como si me descubriera por primera vez y papá a su lado lloraba, supongo que porque la música que salía del instrumento le parecía hermosa, la más bella del mundo. No se podía escuchar mucho por el sonido pero el señor dijo algo sobre un jazz y un tal Monk o algo así.

46 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page