top of page
Buscar
  • Foto del escritorPablo Carrazana

Llegada a la tranquera

La niebla posada como un manto sobre los árboles inundaba la vista. El sol se había reducido a un pequeño foco plantado todavía cerca del horizonte. Pilón tomó un poco de tabaco de la bolsita anudada a su cinturón y armó un cigarro para vencer el frío. Apoyado en la tranquera pensaba que otra vez le había tocado madrugar y que eso no sería nada malo excepto porque nuevamente se escapaba otra noche en donde no había podido dormir ni un poco. Insomnio le había dicho el patrón. Capaz por las ovejas y los animales que desaparecían uno tras otro del campo de los López. Pero él sabía que no, que eso no era. Que sus animales estaban a resguardo con los perros y que en realidad todo era culpa de la morocha. Ella se lo había jurado, solo un mes para poder organizarlo todo. Para juntar unos pesos y escaparse los dos a la sierra donde su primo seguro los recibiría. Siempre había trabajo para alguien como él. Además su primo se encargaría de hacerle buena fama con los estancieros. Pero ahora ese tiempo había llegado de improviso, como un animal que lo anda buscando a uno y que de repente lo encuentra desarmado. Y Pilón no hacía otra cosa más que preguntarse por la morocha. En la pulpería no aparecía más, había preguntado también con las viejas cerca de la escuelita pero nadie sabía nada. Así, fugaz, de un día para el otro ella había desaparecido. Y la gente decía que cuando lo vieron a Manuel esa mañana juntar todo y salir con sus cosas andaba sólo. Pero otros también lo habían visto marchándose con ella y entonces él no sabía qué creer. Su cabeza se convertía en un pozo lleno de un agua oscura en donde sentía que se ahogaba. Se dedicaba únicamente a cuidar a los animales y a comer y dormir. Sentía que ya no podía esperar nada, que le habían sacado un pequeño motor del cuerpo y que ahora sus brazos y piernas se llenaban con un aire frío que lo volvía todo insípido, como esas mañanas que contemplaba aburrido con sus ojos.

La idea de la muerte lo atrapaba pero él trataba de no dejarse llevar. No podía creer que un desencuentro pudiera desencadenar todo eso pero es que la edad y los changuitos que habían planeado tener. Todas ideas que miradas con detenimiento a la luz del sol parecían salidas de un cuento de esos que le dicen a los niños. Y que ahora, en la semioscuridad de la madrugada se volvían ingenuas. ¿Vos?¿Padre?¿Haciéndote cargo del cuidado de unos mocosos?¿Sin poder ir más al monte a cazar con los otros compas?¿O sin poder volver de la pulpería a cualquier hora? Pero la guerra había terminado, ya las indiadas no volvían y él podía dedicarse de tiempo completo a todas esas cuestiones que de alguna manera su espíritu reclamaba. La rutina pesada de los días de ocio se había convertido en un peso gigante que lo empujaba desde los hombros. Él solamente quería darle un nuevo rumbo a su vida porque finalmente sentía que todo se le escapaba, como si los días y las noches que pasaban fuesen animales asustados por un depredador hecho de horas, días y años.

En un momento se había creído inmortal. Ver hombres morir en sus manos y ver personas dándose caza lo habían hecho pensar que no podía formar parte de ese oscuro augurio. Que en realidad si él estaba del lado de los cazadores no tenía por qué temer de la parca. Y después, en la paz, los duelos y verse salvado por un instante de lucidez en donde un movimiento lo volvía dueño de la vida de otro que se ahogaba con sus ojos abiertos y él siempre con la suerte de su lado. Pero la suerte se agota y la juventud se le escurría y se volvía una necesidad escasa, como tener sed y querer agua y saber que se acaba y habrá que recorrer largo tiempo un desierto. Pilón sentía que ese desierto era como sus noches, que cada vez se alargaban más. Que no lo dejaban cerrar un ojo y lo volvían loco con todos esos pensamientos. Por eso la posibilidad de detenerlo todo se cifraba en la esperanza de criar a otro ser humano. Otra criatura que podía ser como él y que lo rescataría en su soledad. Sería como un recodo en el río turbulento de su vida. Él podría encargarse de cuidarlo y cuando la vejez lo encontrara en sus últimos días, Pilón no estaría solo. Tendría alguien que podría acompañarlo.

Pero todo eso se había perdido con la desaparición de la morocha. Solo quedaban las ideas flotando dentro de la cabeza como nubes alborotadas por una tormenta a punto de llegar. Y el monte y la naturaleza que en un momento le habían parecido una entidad que lo cuidaba, una especie de dios omnipresente, ahora lo asustaba. Sentía que a cada instante alguien lo observaba. Una presencia invisible detrás de él que medía cada uno de sus gestos. El horizonte ya no iluminaba sus ojos, las estrellas habían perdido su brillo. En su regreso de la pulpería ya no se dejaba llevar por la noche convertida en un agua profunda que lo iba meciendo hasta la estancia. No existía más el placer de los cigarrillos encendidos contra el frío del alba, con la primer luz del sol. No existía más el placer de empuñar la escopeta para cazar. Todo se disolvía en un abismo hecho de niebla. Sentía que llegaba al límite de su vida.

Fue por todo eso que Pilón no se dejó sorprender esa madrugada igual a todas, con la mañana posándose sobre los ojos absortos que contemplaban el monte y sus árboles. Terminó el cigarrillo y decidido a volver a la estancia para comenzar el día, pudo observar la figura acercándose lentamente. El cuerpo entregándose al aire frío, su mano lejos de la escopeta, con el cigarrillo entre los dedos. La llegada de un jaguar a la tranquera.


Prilidiano Pueyrredón, "Costa del Río de la Plata"

15 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page